lunes, 22 de febrero de 2021

4. Lo negro


 

El color negro le empezaba a incomodar. Habían sido dos años llevándolo y, aunque la mayoría de las viudas del pueblo lo vestían mucho más tiempo, a ella le incordiaba.

-         Buenos días Paquita, ¿cómo estás?

-         Pues bien, haciendo unas compras para la semana.

-         Bueno, ¿lo haces rápido? para una persona sola..

Siempre estaban detrás esas coletillas perversas. Pues sí, Paco se había marchado y ella seguía allí, y necesitaba comer, que porque no viviese su marido no se tenía que morir de hambre, digo yo.

Pensó en ir a misa esa misma tarde, estar en la iglesia la reconfortaba, sentía paz y sosiego allí. Pero cuando iba a salir de casa viendo el buen tiempo que hacía, se le ocurrió cambiarse las medias, las que llevaba eran muy tupidas, así que cogió unas más finas y se las puso. No era lo más indicado dada su circunstancia, pero lo hizo.

Cuando entró en la iglesia las miradas y los cuchicheos iban dirigidos a ella y a su atrevimiento – Menuda descarada – le pareció escuchar.

No le importó. Mientras había bajado la calle que iba a la iglesia sintió el ligero aire en sus piernas, una agradable sensación que anunciaba el fin del invierno.

Así que salió la primera cuando la ceremonia terminó, aprovechando para contonearse y exhibirse delante de todos esos ojos ávidos de morbo.

Cuando llegó a casa se quitó el pañuelo negro que le cubría la cabeza y contempló su pelo y su rostro. Se sentía viva, agitada. No tenía por qué ocultar el ansia que desde hacía tiempo le venía inquietando.

Cogió, no sin antes titubear, todos los atuendos negros que tenía e hizo un montón con ellos en el patio.

-         No puedo hacerlo – se decía a sí misma.

Pero en ese momento ya tenía en la mano la cerilla y la había dejado caer.

Paquita se quedó enajenada mientras las llamas quemaban todas y cada una de sus prendas.

A la mañana siguiente era la primera clienta en Modas Pili, vestida con un traje rojo fuego que era el único que le había quedado en el armario después del ardiente expolio.

 

 

 

 

lunes, 8 de febrero de 2021

3. El vestido de novia





   Las campanas repicaban con alegría. Era el ansiado día. No suyo, si no de María, su clienta. Llevaba varios años en el oficio y había visto desfilar por allí a infinidad de novias. Pero ninguna como ella. Destilaba frescura, espontaneidad. Coqueteaba sin pretenderlo con todo el que se cruzaba en su camino. A Clara enseguida le gustó.

Se puso rápidamente con su encargo y el resultado, como casi siempre, fue estupendo.

-     - Muchas gracias Clara – le dijo María mientras tocaba su mano en signo de agradecimiento, y Clara notó cómo la piel alrededor de su ombligo se erizaba, y sin darse cuenta su sonrisa se estaba alargando más de lo esperado.

-      - Es mi trabajo, no tienes porque darlas – intentó cortar su más que evidente embelesamiento.

       - Me gustaría que asistieras al enlace, por favor! Ya sé que no te gusta hacerlo, pero me encantaría. Además cómo ese día tienes que venir a darme los últimos retoques ¿nos acompañarías?

     - No prometo nada, pero cuenta conmigo para ayudarte a que el vestido quede perfecto – dijo cabizbaja pretendiendo ocultar su desilusión.

     Y allí estaba en el señalado día. No pudo rechazar la invitación ni reprimir los deseos de verla.

Así que después de terminar su trabajo y ver el cortejo nupcial salir de casa de la novia se dirigió a la iglesia. Entró como una furtiva, no quería que nadie la viese y se colocó en un sitio estratégico para observar sin ser observada.

No hubo nada que recriminar a la ceremonia, estaba siendo preciosa, hasta que llegó el momento clave.

Clara aún guardaba alguna esperanza de que finalmente todo se truncase.

El cura hizo la pregunta:

-         - Y tú Clara ¿Quieres a Carlos como legítimo esposo?

María de forma inesperada giró la cabeza y miró fijamente a Clara. ¿Fue una casualidad o sabía perfectamente dónde estaba ubicada?

Le iba a saltar el corazón, apretó los puños esperando el milagro. Pero María giró de nuevo su cabeza y respondió:

-          - Sí, quiero.

Mientras Clara empezó a notar cómo su cuerpo se convertía en un manantial de agua desintegrándose poco a poco, siendo el único nexo que la ató a la realidad quedarse absorta en el agujero negro y oscuro que asomaba en la pared.