jueves, 20 de mayo de 2021

10. Palabras

 



Las palabras se amontonaban delante de ella. Llevaba toda la tarde estudiando, o intentándolo al menos, y estaba siendo una pérdida de tiempo. En realidad estaba pendiente de otros asuntos.

Desde la ventana del colegio mayor tenía una posición privilegiada. Era el más alto de todos los pisos y estaba situado justo enfrente de la entrada al recinto. Por lo que podía observar quién entraba y salía, las visitas al resto de estudiantes, quién iba acompañado de quién.. Pero de quién estaba pendiente en ese momento, aunque no lo quisiera reconocer, era de Juan. Después de haber rechazado su beso la última noche que se habían visto, se había metiendo poco a poco en su cabeza.

-           - Carla, a las ocho bajamos a cenar- la voz de la habitación de al lado la aparto de sus pensamientos.

             - Sí, estaré lista - le contestó.

Y sus reflexiones tropezaron con otra cosa. Imaginó qué haría cuando terminase de estudiar, hacia dónde se encaminarían sus pasos. Siempre había pensado en viajar. Vivir en otro país era una de las opciones que contemplaba, aprender otro idioma, otra cultura, y aventurarse en lo desconocido. O tal vez ponerse a trabajar, si encontraba algo que se asemejase al trabajo de sus sueños.. podría ser otra opción, aunque ésta infinitamente más utópica. O quizás un voluntariado, sí, conocer formas de vida muy lejos de dónde ella se había criado…

Miró por la ventana y vio entrar Carla, esa chica tan enigmática que tanta curiosidad le despertaba y, volviendo la cabeza hacia los papeles, acabó dando por terminada la tarde de estudio, no tenía sentido continuar.

Asomada de nuevo a la ventana de su cuarto y con la brisa del atardecer rozándole el rostro supuso que sí, que en ese mismo instante, probablemente, tenía el mundo a sus pies.


jueves, 6 de mayo de 2021

9. Voz



                     


Apenas utilizaba su voz. Era una chica tímida desde pequeña, se limitaba a seguir los pasos de su madre y a imitarla en todo lo que hacía. Así que desde muy joven aprendió lo que era el trabajo duro en el campo.

En la plantación se levantaban muy temprano, a las 5 de la mañana ya estaban en pie y las jornadas se extendían hasta la puesta de sol. Leiza desarrolló un lenguaje muy básico. Eran una especie de sonidos guturales que le servían para comunicarse con los que tenía alrededor.

Una tarde, en la que el día se estaba haciendo demasiado largo el dueño la increpó directamente:

-          Tú, ¡mudita! presta más atención a lo que estás haciendo porque estás echando el algodón fuera del capazo.

Y empujándola la tiró al suelo. Era la primera que le había puesto la mano encima. Además del dolor de la caída sintió una furia que no había experimentado hasta ese momento. La rabia la invadía. Apretó la navajita que tenía en la mano y se incorporó. Su madre desde lejos estaba viendo sus intenciones. Pero en lugar de utilizarla Leiza abrió su boca y comenzó a cantar mirando fijamente los ojos del amo y sin titubear. Era una vieja canción de cuna que se tarareaba a los bebés en las barracas. Su madre la siguió, y el resto de trabajadores poco a poco y de forma sorprendente también lo hicieron. El patrono estupefacto e impotente ante la situación agachó la cabeza y se marchó oprimiendo los puños.

Desde ese momento y los momentos que siguieron a Leiza nunca le volvieron a faltar las palabras.