miércoles, 3 de noviembre de 2021

21. Vida


La llamaron Aymara que significaba “la que acoge en su casa” o también “inmortal, la que siempre vuelve a la vida”. Y eso parecía hacer desde pequeña, volver a la vida después de meterse en infinidad de líos y desastres. Tan solo contaba con seis años entonces, pero ya conocía, y era más que conocida, por todos los miembros de la tribu. 

Cuando su madre no la encontraba acudía primero a la choza de la hechicera. Le encantaba jugar con sus plantas o escuchar las historias que la bruja le contaba, se podía quedar embelesada horas con los cuentos de esa mujer. Si no iba a la choza de Anahí, una de sus mejores amigas. Por último recorría los alrededores temiendo que se hubiera alejado demasiado, y se hubiese acercado al barranco con el que limitaba el pueblo o que, tal vez, un animal que doblase su tamaño se hubiese cruzado en su camino.

Aquella noche, sin embargo, Aymara y su familia, su papá y su mamá, estaban tranquilos junto al fuego. Habían terminado de cenar y reposaban echados mientras su papá le contaba una leyenda guaraní para que conciliase el sueño. 

Nadie les oyó llegar, lo hicieron por la noche con alevosía, aprovechando la oscuridad y que todo el mundo en el poblado estaba descansando y era más indefenso ante el ataque. Primero quemaron las tiendas, a muchos les dio tiempo a salir, despertándose con el humo y las llamas. Se quedaban fuera horrorizados viendo todo arder.

A Aymara y a sus padres les sobresaltó quedándose dormidos. Enseguida Asrael, el papá, cogió a su mujer Balanca y a la pequeña e intentó esconderlas.

   - Quedaros aquí detrás de este árbol, yo intentaré ver que pasa y volver a por ustedes.

             - Pero papá..- gritó Aymara asustada mientras se agarraba a su mámá.

Balanca la abrazó fuerte mientras la protegía e intentaba impedirle ver lo que estaba ocurriendo  a su alrededor. Pero el refugio no pareció ser el adecuado. Un hombre vestido con un traje que brillaba las descubrió,  y cogiéndolas a las dos bruscamente, se las llevó arrastrándolas. Balanca soltó a su hija Aymara y le susurró:

      - Corre Aymara corre. Corre como lo sueles hacer, vete al bosque, más allá de la montaña, y busca refugio allí. 

Mientras Aymara soltaba la mano de su mamá, gimiendo e intentando no alertar al hombre que se la estaba llevando percibió la destrucción alrededor, el olor a sangre y a cenizas, entre los gritos y el llanto, y entendió que debía hacer lo que su mamá le acababa de decir.

Se dio la vuelta y echo a correr. Corría rápido e intentaba no fijarse en lo que iba encontrándose a su paso.

Corrió y corrió, tropezó un par de veces, pero se levantaba y seguía corriendo, hasta que llegó un momento en que dejó atrás todo el estruendo que se había originado. Fue cuando paró para recobrar el aliento. Al mirar atrás lo que pudo divisar desde fue humareda y silencio, y entonces lo comprendió. No volvería a aquel lugar, no vería más a la gente que había conocido hasta ahora, a partir de ese momento tendría que continuar caminando sola.

 

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