“Querida Milagros:
Sé que no lo entenderás. Podría poner mil excusas como seguramente esté haciendo al escribir estas líneas.
Todo ha ocurrido porque quisimos los dos. Dimos el paso, te hice la pregunta y a ti se te iluminó el porvenir. Fuimos a hablar con el cura y a poner fecha a esta ilusión compartida.
Se te llenaba la boca al hablar de las flores que iba a haber, de la música que iba a sonar, de cómo te agarraría al hacer el baile nupcial.
Y ahora no puedo. No me quiero juzgar.
Simplemente no puedo hacerlo.
Todas las fantasías que ideamos se truncarán. No volveremos a ir juntos de la mano, no te volveré a acariciar.
Y a pesar de todo eso, no quiero continuar.
Pocas palabras quedan por decir.
Acabo de dilapidar a ese Javier en quien todo el mundo confiaba, la gente adoraba e incluso admiraba.
Querida Milagros, querida, querida..”
Y mientras dejaba la carta caer se quedó mirando el flamante vestido. Estático y preparado para una fiesta sin celebración. Ajeno a la sacudida que acababa de dar el mundo a su alrededor. Indiferente al instante permanecía insolente frente a ella poniéndola a prueba. Retándola a una partida de esas que de antemano se sabe de sobra ganada, presumido, arrogante..
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