jueves, 6 de mayo de 2021

9. Voz



                     


Apenas utilizaba su voz. Era una chica tímida desde pequeña, se limitaba a seguir los pasos de su madre y a imitarla en todo lo que hacía. Así que desde muy joven aprendió lo que era el trabajo duro en el campo.

En la plantación se levantaban muy temprano, a las 5 de la mañana ya estaban en pie y las jornadas se extendían hasta la puesta de sol. Leiza desarrolló un lenguaje muy básico. Eran una especie de sonidos guturales que le servían para comunicarse con los que tenía alrededor.

Una tarde, en la que el día se estaba haciendo demasiado largo el dueño la increpó directamente:

-          Tú, ¡mudita! presta más atención a lo que estás haciendo porque estás echando el algodón fuera del capazo.

Y empujándola la tiró al suelo. Era la primera que le había puesto la mano encima. Además del dolor de la caída sintió una furia que no había experimentado hasta ese momento. La rabia la invadía. Apretó la navajita que tenía en la mano y se incorporó. Su madre desde lejos estaba viendo sus intenciones. Pero en lugar de utilizarla Leiza abrió su boca y comenzó a cantar mirando fijamente los ojos del amo y sin titubear. Era una vieja canción de cuna que se tarareaba a los bebés en las barracas. Su madre la siguió, y el resto de trabajadores poco a poco y de forma sorprendente también lo hicieron. El patrono estupefacto e impotente ante la situación agachó la cabeza y se marchó oprimiendo los puños.

Desde ese momento y los momentos que siguieron a Leiza nunca le volvieron a faltar las palabras.

 


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