viernes, 13 de agosto de 2021

15. Angustia (Parte I)

 

Tres, cuatro horas, había perdido la cuenta. Lo que le gustaba de los viajes largos era eso, el momento de paz e introspección al volante en el que se olvidaba de las manillas del reloj con su tic-tac y en el que el tiempo se medía por sus pensamientos. 

Rescató aquel cd que había dado tantas vueltas en su disquetera y los recuerdos se agolparon en su mente. Recordó aquel viaje prometido a Ibon.

Por aquel entonces vivía al sur de Inglaterra, fueron pocos meses, pero lo suficientemente intensos como para no olvidar casi nada de lo vivido. Marga y ella lo habían planeado, y aunque a última hora siempre entran las perezas después de una larga semana laboral echando horas como “dishwasher”, metieron cuatro trapos en una maleta y cogieron uno de los trenes rápidos a Londres. Ibon las esperaba con sus pelos largos y su amplia sonrisa para irse al primer pub que encontrasen y emborracharse a base de pintas. 

Y así hicieron. Fue una noche de rememoraciones de los ratos que habían estado trabajando juntos en otro pueblo al sur de Inglaterra. 

Cuando despertaron la mañana siguiente y la BSO de “Sobreviviré” con aroma a flamenquito y a diamantes sonaba en el piso de Ibon, todavía rezumaba en su cabeza la resaca de las hazañas que habían corrido juntos en esa tierra extranjera que por azar los había unido.

·         ¡Cheers!- pronunció Marta en alto suspirando sin ser consciente.

La señal de desvío para llegar a su destino apareció y la volvió a traer al momento presente. Tanta evocación casi la despista, pero ahora tenía que estar atenta porque era la primera vez que cogía ese camino.

En principio pintaba una carretera nacional común, hasta que llegó la primera rotonda. No era muy lógico que hubiera rotondas en ese tipo de rutas, pero tampoco se lo planteó demasiado. A pesar de que le resultaba agradable conducir ya se notaba bastante cansada después del tanto tiempo al volante.

La segunda rotonda la sorprendió, pero giró por dónde le indicaba el navegador y continuó.

Las siguientes dos o tres, con el ritmo de la música, las hizo de forma automática. Pero cuando llegó la quinta, según sus cálculos, comenzó a irritarse.

·         ¡No es lógico!- volvió a decir en alto.

Sin embargo las rotondas continuaron, pensó en dar la vuelta, qué era todo aquello, pero una inercia inevitable la invitaba a seguir. Pasadas un número incontable de rotondas, el nerviosismo se había apoderado de ella, qué pasa, nada me resulta familiar, se decía para sí misma, y las glorietas emergían a su paso.

Después de haber perdido la noción de casi todo y de que aquella travesía la hubiese engullido cayó en la cuenta de que le había pasado, de repente se hallaba en el limbo.

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