martes, 19 de octubre de 2021

20. Hogar


 

Llegó a ser una obsesión tener el hogar reluciente. Se levantaba por la mañana y lo cuidaba como si fuera su vástago. Tarareaba mientras lo hacía y, cuando observaba el resultado, siempre se sentía reconfortada. 

En el momento de ir a hacer la compra presumía delante de sus vecinas:

-          - Pues he descubierto un nuevo producto, deja todos los embellecedores como recién estrenados.

-           - ¿Y cómo lo haces Conchi?, ¿para tener tu casa como el primer día?

Antes de contestar se sonreía hacia dentro y se regocijaba contemplando las caras que la admiraban como si fuera una estrella de cine.

-        - Pues creo que el secreto es amor, cariño y empeño en lo que haces. Esfuerzo y saber que casa solo hay una, que es tu refugio y el de tu esposo, lo demás sale solo.

En algunas ocasiones había algún comentario maligno que intentaba emborronar sus hazañas, como que no tenía hijos, y que por eso podía dedicarse a tenerlo todo como los chorros del oro. Y aunque no podía evitar que a veces no le afectase, pronto volvía a su tarareo mental para alejar los malos chismes.

Y así continuaban sus pulcras rutinas con las que tanto disfrutaba, o al menos así lo veía.

-         - Manolo, ¿estás en casa?

Corría vaporosa a esperarlo cuando lo oía entrar, aunque no le gustaba que pasara eso, siempre procuraba, sobre las 7.30 que era su hora de llegada, estar frente a la puerta con su mejor sonrisa para recogerle la chaqueta y preguntarle cómo había ido el día.

       - Sí ya estoy aquí- le contestó él sin mucha gana.

Conchi recogió sus enseres y le dijo que la cena estaría lista a las ocho.

-          - Voy a asearme un momento- le respondió Manolo. 

Conchi terminó de preparar la mesa y, aunque había notado a Manolo cabizbajo y más evasivo que otras veces, no le dio importancia, habrá sido un mal día, elucubró, justificándole y sin querer plantearse preguntas tristes o incómodas que empañasen ese remanso de felicidad “constante” que se respiraba en su morada.

-          - ¿Todo bien cariño?

-          - No tengo demasiada hambre hoy Conchi.

-          - ¿Y eso?

-       - Tengo que hablar contigo y quiero que me escuches, no como haces otras veces.

-           - Pero, ¿y el pollo? Se va a enfriar.

-         - Es importante esta vez, no lo puedo posponer más.

-     - Al final te lo tengo que calentar en el microondas y sabes que no es igual.

-           - Me voy de casa Conchi.

-            - Te lo caliento.

-            - ¡Me voy de casa Conchi!

Conchi, deprisa y corriendo cogió el plato y se lo llevó para calentarlo mientras intentaba entonar su recurrente cancioncilla. 

Manolo había ido hasta la cocina, y se disponía a continuar hablando cuando, y sin más preámbulo, notó como las tijeras de trinchar el pollo se clavaban en su cuello. 

Y así, desangrándose sobre las baldosas, pudo contemplar que su mujer había sacado todos los utensilios de limpieza y que se disponía a recoger, mientras le increpaba por haber ensuciado, los últimos alientos de su higiénica vida.


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