Llegó a ser una obsesión tener el hogar reluciente. Se levantaba por la mañana y lo cuidaba como si fuera su vástago. Tarareaba mientras lo hacía y, cuando observaba el resultado, siempre se sentía reconfortada.
En el momento de ir a hacer la compra presumía delante de sus vecinas:
- - Pues he descubierto un nuevo producto, deja todos los embellecedores como recién estrenados.
- - ¿Y cómo lo haces Conchi?, ¿para tener tu casa como el primer día?
Antes de contestar se sonreía hacia dentro y se regocijaba contemplando las caras que la admiraban como si fuera una estrella de cine.
- - Pues creo que el secreto es amor, cariño y empeño en lo que haces. Esfuerzo y saber que casa solo hay una, que es tu refugio y el de tu esposo, lo demás sale solo.
En algunas ocasiones había algún comentario maligno que intentaba emborronar sus hazañas, como que no tenía hijos, y que por eso podía dedicarse a tenerlo todo como los chorros del oro. Y aunque no podía evitar que a veces no le afectase, pronto volvía a su tarareo mental para alejar los malos chismes.
Y así continuaban sus pulcras rutinas con las que tanto disfrutaba, o al menos así lo veía.
- - Manolo, ¿estás en casa?
Corría vaporosa a esperarlo cuando lo oía entrar, aunque no le gustaba que pasara eso, siempre procuraba, sobre las 7.30 que era su hora de llegada, estar frente a la puerta con su mejor sonrisa para recogerle la chaqueta y preguntarle cómo había ido el día.
Conchi recogió sus enseres y le dijo que la cena estaría lista a las ocho.
- - Voy a asearme un momento- le respondió Manolo.
Conchi terminó de preparar la mesa y, aunque había notado a Manolo cabizbajo y más evasivo que otras veces, no le dio importancia, habrá sido un mal día, elucubró, justificándole y sin querer plantearse preguntas tristes o incómodas que empañasen ese remanso de felicidad “constante” que se respiraba en su morada.
- - ¿Todo bien cariño?
- - No tengo demasiada hambre hoy Conchi.
- - ¿Y eso?
- - Tengo que hablar contigo y quiero que me escuches, no como haces otras veces.
- - Pero, ¿y el pollo? Se va a enfriar.
- - Es importante esta vez, no lo puedo posponer más.
- - Al final te lo tengo que calentar en el microondas y sabes que no es igual.
- - Me voy de casa Conchi.
- - Te lo caliento.
- - ¡Me voy de casa Conchi!
Conchi, deprisa y corriendo cogió el plato y se lo llevó para calentarlo mientras intentaba entonar su recurrente cancioncilla.
Manolo había ido hasta la cocina, y se disponía a continuar hablando cuando, y sin más preámbulo, notó como las tijeras de trinchar el pollo se clavaban en su cuello.
Y así, desangrándose sobre las baldosas, pudo contemplar que su mujer había sacado todos los utensilios de limpieza y que se disponía a recoger, mientras le increpaba por haber ensuciado, los últimos alientos de su higiénica vida.
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